¡Jamás debió ponerse en un estante
un libro semejante!
Si de mí dependiera, Ricitos de Oro
estaría entre rejas como un loro…
Imagínense qué gracioso
resulta hacer potaje para oso,
café y bollitos con su mermelada
y, con la mesa puesta y preparada,
que diga Papá Oso: "¡Mil cornejas!
¡La sopa está que quema las orejas!
Vamos a darnos un paseo juntos
hasta que este potaje esté en su punto.
Además, caminar un buen ratito
nos abrirá el apetito".
Pues bien, en cuanto dejan la mansión
se cuela Ricitos de Oro en el salón
Entonces ve el potaje apetitoso
que puso en los tres platos Mamá Oso
y, en menos tiempo del que aquí se cuenta,
sobre ellos se abalanza violenta.
Imagínense qué faena,
después de preparar cosa tan buena,
que acabe en el estómago incivil
de una delincuente juvenil.
¡Y no acaba ahí la cosa!, lo mejor
viene a continuación de lo anterior.
Tiene mama Osa en el salón
una silla de niño muy fina
que un día heredó de su madrina.
Pues va y coloca su trasero gordinflón
sobre la silla histórica en cuestión
y, como no le importa tres pepinos
el mobiliario antiguo y fino,
se carga en un segundo desdichado
su mueble más preciado.
Cualquier niña diría: "¡Qué desgracia!
¡Merezco un buen castigo por mi audacia!".
Pero no Ricitos de Oro que, al contrario,
enseña su peor vocabulario:
"¡Maldito cachivache!" y otras cosas
que, de tan malsonantes y espantosas,
no puedo ni me atrevo a escribir
ni creo que se deban imprimir.
Lo siento mucho, amigos míos,
pero no acaba aquí todo este lío.
La miserable quiere echar la siesta,
y va a mirar dónde se acuesta.
Sube a los dormitorios de los osos,
compara qué edredón es más lanoso,
los prueba del derecho y del revés,
y se echa en el más blando de los tres.
La gente de provecho
se suele descalzar cuando va al lecho,
Ella no, e imaginaros lo muy guarros
que estaban sus zapatos, ¡cuánto barro!
De todo había en las suelas.
Hasta algo que hizo un perro…
¿Es que no estallaría cualquiera
a quien un monstruo dormilón
le ponga hecho una birria su edredón?
¿Os dais cuenta de la cadena
de crímenes tramados por la nena?
Crimen número uno: la acusada
comete allanamiento de morada.
Crimen número dos: el personaje
se queda con tres platos de potaje.
Crimen número tres: la muy cochina
destroza una sillita muy fina.
Crimen número cuatro: va la dama
y se limpia los zapatos en la cama…
Un juez no dudaría ni un instante:
"¡Diez años de presidio a esa tunante!".
Pero en la historia, tal como se cuenta,
la miserable escapa tan contenta
mientras los niños gritan, encantados:
"¡Qué bien, Ricitos de Oro se ha salvado!".
Yo, en cambio, le daría otro final
a un cuento tan infame y criminal:
"¡Papá!", grita el Osito, "estoy furioso.
No tengo sopa". "¡Vaya!", dice el Oso.
"Pues sube al dormitorio: está en la cama.
metida en la barriga de una dama,
así que no tendrás más solución
que comértela envuelta en tu edredón".
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